Pocas músicas han llamado tanto la atención como el flamenco, por ello han sido muchos los escritores que, con más o menos acierto, pero, eso sí, con un gran deseo, pretendieron describir la genealogía de este arte único e incomparable, tratando de demostrar la autenticidad del mismo. Ello indica la profundidad, grandeza y seriedad de esta inescrutable música, tan difícil de interpretar y cuya raíz se pierde en el tiempo.
El cante flamenco, tiene primitivismo latente, su fuerza expresiva es capaz de conmover en el oyente hasta las más íntimas raíces de su alma. El cante puro, es de un carácter emocional, tan profundo, que tiene incluso la propiedad de llegar a la exaltación del oyente, situándole en una especie de trance místico.
Su grandeza sólo fue posible gracias a unos intérpretes excepcionales, que lo elevaron a un encumbramiento que ninguna otra música de origen folclórico ha tenido. Uno de sus puntales principales ha sido Pastora María Pavón Cruz “Niña de los Peines”, nacida el día 10 de febrero de 1890, en el número 19 de la Calle Burtrún, en su sevillanísimo barrio de la Puerta Osario. Comenzó a cantar a los ocho años en la llamada Taberna de Seferino, en su ciudad natal, pasando después a Madrid, para cantar en el Café del Brillante. Después se trasladó a Bilbao, donde permaneció una larga temporada. De nuevo en Sevilla, formó parte de diversos elencos de los cafés cantantes, así como en los de Málaga y otras ciudades andaluzas.
La poca edad de Pastora en su debut, fue un inconveniente, tanto que hubo de conseguir un permiso especial para actuar en público. Fue en esos primeros años, cuando Pastora Imperio que, era un año mayor cuenta que, no era ella todavía artista y vivía en la calle de Jardines de Madrid, frente por frente al Café de la Marina, donde actuaba Pastora Pavón, la Imperio se escapaba siempre que podía para oírla cantar desde fuera, a través de la puerta entreabierta, entre el humo del tabaco y las palmas de la clientela, llegaban a ella los tangos que le dieran nombre artístico:
“Péinate tú con mis peines;
mis peines son de canela;
la gachí que se peina con mis peines,
canela lleva de veras”.
Tan popular se hizo que desde entonces se llamó Niña de los Peines. En 1910, hizo sus primeras grabaciones, con la casa Zonophone diez discos con la guitarra de Ramón Montoya. En 1920 había subido tanto su cotización, que el empresario Capúa le pagaba más que a nadie, 800 pesetas diarias por actuar en el Teatro Romea. En el año 1928 monta compañía propia, contratando al joven cantaor José Torres Garzón, conocido por “Pepe Pinto”, para un espectáculo que se presentó en el sevillano Teatro del Duque, en el que también participó la pareja de baile Los Chavalillos Sevillanos, compuesta por Rosario y Antonio. El día 26 de enero de 1931 contrajeron matrimonio Pastora y Pepe Pinto, en el sevillano pueblo de Arahal, a 45 km. de la capital. Con el matrimonio Pastora encontró una estabilidad muy beneficiosa para su carrera artística. Pero el gran beneficiado fue Pepe Pinto que, de este modo, entró a formar parte de una familia cantaora, favoreciendo así su afición y su forma de concebir el flamenco.
En cierto modo Pastora fue una revolucionaria del cante, sirviendo de puente entre el tradicionalismo del siglo XIX y todos los modernismos de éste pasado, consiguió concretar la juventud de lo viejo y desechar la vejez prematura de lo nuevo. También es cierto que en la época del flamenco operístico, Pastora fue tentada por el creciente interés extra-andaluz y masivo que se comenzó a tener por el cante. Y justamente, quiso ofrecer su faceta virtuosística y popular. En este sentido la brillante artista, debe fama y gloria tanto a su innata dotación de facultades, que tan equilibrada como generosamente administró, como al haber sabido dosificar las ornamentaciones y el contenido de los cantes que le eran familiares, con los imperativos exigenciales del público en general al que sus cantes debían ir destinados. Una nueva concepción del flamenco. Idéntico fenómeno, pero invertido, del que se produjo con la intervención de Silverio en el cante. Silverio suavizó la aspereza elemental de los abruptos cantes gitanos en brillantes modulaciones para el gran público. Pastora supo recoger cantes menores de la música andaluza e incorporarlos al grupo de los clásicos. De ahí la espontánea acogida que tuvo, simultáneamente, entre los grupos de aficionados cabales y los auditorios masivos andaluces.
Por ello hablar de sus cantes resulta una presuntuosidad enfadosa. Los cantes de Pastora Pavón no necesitan comentario, y se sobreponen a toda crítica analítica. Cantó todos los estilos y en todos puso algo mágico que nadie podría imitar después. En algunos cantes jamás fue superada. Así en los tangos, ella recogió las aportaciones personales que anteriormente habían hecho a tangos y tientos maestros como Diego el Marruco, Enrique el Mellizo, Antonio Frijones, Manuel Torre, Juanito Mojama y su hermano Tomás y los elevó a cumbres de jonduras raramente accesibles para otros artistas. Lo jondo en Pastora es un rasgo esencial y determinante, perceptible aun en sus más livianos escarceos.
Hay algo muy importante en la personalidad artística de Pastora Pavón, en lo que se ha reparado poco. Algo que afecta tanto a su cante como al cante de Sevilla. Se trata de una evolución en las formas más tradicionales trianeras, debidas a las influencias de los aires jerezanos y gaditanos que se destacaron en su voz. Sin olvidar nunca los giros cantaores más añejos de Triana, descubre la brillantez y el ritmo de los cantes de Jerez y Los Puertos, sobre todo por la magia bulería de El Niño Gloria, y tiene la capacidad de engarzar toda una riqueza de matices flamencos, perfilando su propio estilo. En ello radica la clave de su originalidad artística, junto a los dones de su voz y de sus facultades. Estilizó así y aligeró los sones de su tierra, cantando con un compás que hasta ella no se había dado en los intérpretes sevillanos.
Pastora Pavón ha sido considerada la más completa, destacada y depurada cantaora hasta nuestros días. Fue amiga de Falla y Federico García Lorca –autor de coplas llamadas lorqueñas, que interpretó por bulerías-, así como del pintor Julio Romero de Torres, que la reflejó en uno de sus lienzos. Su figura y su arte la han cantado numerosos poetas, entre ellos Antonio Murciano, Manuel Ríos Ruiz, Pablo García Baena, Juan de la Plata, Rafael Belmonte y Ricardo Molina.
Después de una larga enfermedad falleció el 26 de noviembre de 1969, en la Calle Calatrava, veinte días más tarde que su esposo. Se fueron tan unidos como vivieron, la pareja de leyenda, Romeo y Julieta de la cultura “jonda”.